sábado, 10 de octubre de 2009

Marcelo

A Marcelo le conocí el septiembre de hace 4 años. Para mí -igual que para muchos- el año empieza en septiembre. Es como si fuera la vuelta al cole. Y el septiembre implica propósitos nuevos.

Por aquel entonces, apuntarme -e ir con regularidad- a un gimnasio era mi único propósito. Había perdido mucho peso, y la única manera de mantenerme era hacer algo de ejercicio. Así que escogí el gimnasio, nuevo, algo caro y bastante pijo, que estaba al lado de mi antiguo trabajo.

Y allí conocí a Marcelo. Eran las 7 de la tarde de un día de septiembre, mi primer día en el gimnasio y mi primera clase de spinning. Marcelo era el monitor.

Escrito así parece como si hubiera sido un amor a primera vista, pero no, qué va... Yo, muriéndome cada minuto un poco más. Él, metiéndonos más caña a medida que subía el ritmo endemoniado de la música. Estaba bueno, como tantos otros que estaban en la clase, pero ya.

Seguí yendo a sus clases. Cada vez me moría un poco menos. Y un sábado por la tarde del enero siguiente en que yo no tenía nada mejor que hacer, decidí ir al gimnasio. Pilates. El monitor era Marcelo. Nos contó que sustituía a la chica que daba la clase, y que le perdonáramos, que aquello no era lo suyo. Quedó claro, que no era lo suyo.

Aquella tarde fue la primera que hablamos al acabar la clase. Supongo que no estar sacando el hígado por la boca, ayudó. El resto lo hicieron una serie de coincidencias. Barcelona es grande, pero hay veces en que acaba siendo como un pañuelo. Encontrarnos una noche, de fiesta, fue clave. A mí ya me gustaba físicamente, y aquella noche me dí cuenta que yo a él también.

No sabría decir desde cuando "somos novios". Porque nuestra relación al principio fue muy confusa. Nos acostábamos. El sexo con él era genial. Pero no había nada más. Poco a poco nos fuímos conociendo, y una mañana de domingo nos dimos cuenta que nos habíamos enamorado sin proponérnoslo.

Ya escribí que él me había propuesto de irnos a vivir juntos. Pero no lo veo claro. Él me gusta. No me cansaría nunca de mirarlo, de tocarlo, de besarle... Sé que le quiero, pero no es como el principio. Sinceramente, no me veo viviendo con él. Y me siento algo culpable. Estoy bien así. No me gustaría encontrármelo siempre, a la vuelta del trabajo. Ni ir a hacer la compra juntos. Ni discutirnos por quién tiene que lavar los platos o sacar el perro a pasear. Igual es que él me quiere más, pero yo no puedo evitar tener la sensación que lo nuestro no acaba de funcionar como debería... Y temo que los pensamientos negativos que últimamente me acompañan acabarán por empañar (más) nuestra relación. Últimamente, por un día bueno, tenemos tres de malos.

1 comentario:

  1. Es una situación bastante complicada.
    Lo único que podría decirte es que intentes aclarar (cotigo y con él) todas esas cosas para que sufran lo menos posible.

    un beso.

    ResponderEliminar