Hoy, a media mañana, he recibido un sms de Marc. "¿Nos vemos esta noche?". He dudado. No nos vemos desde antes que empezara el verano y, en cierta medida, yo ya lo tenía relegado al punto aquel de la memoria en que los recuerdos son ya sólo recuerdos. Pero me ha podido la nostalgia, el recordar los buenos momentos -y escasos- que he pasado con él. Porque quedar con Marc es quedar para pasarlo bien, sin malos rollos ni demasiadas conversaciones cargadas. Quedar, cenar y follar, disfrutar como locos. Hasta otro día, si se tercia, y a otra cosa.
Recuerdo el día que le conocí, en septiembre de 2006, hará ya 3 años. Él iba a ser mi nuevo jefe y el día que nos presentaron no pude evitar pensar "vaya tío más gilipollas, creído y prepotente". No me faltó razón. No me gustó demasiado su forma de mirar, demasiado atenta, demasiado acechante, ni su forma de dar la mano. Y tenía razón: el tiempo -y no hicieron falta demasiadas semanas- demostró que ero un déspota, un tirano. Que él sabía que mandaba y las cosas se tenían que hacer "por cojones", porque él lo decía y punto pelota. Ya sé que hay formas de liderazgo y formas de liderazgo, y la suya es ésta. Y le funcionó. Y sigue funcionándole. Porque "de lo suyo", sabe.
Además de pensar que era gilipollas, creído y prepotente... me gustó. Sin ser guapo es indudablemente atractivo, alto, moreno, se cuida... un tiarrón, vaya. De los que me gustan a mí (esos que dan mala vida, de los que es mejor no enamorarse ni colgarse demasiado, y que sirven para pasar una noche, o dos, o tres, o más, pero no para compartir la vida). Pero me guardé mis pensamientos para mí y no me uní al cloqueo general del corral de gallinas que se desató cuando entró a su despacho, ni en el de todos los días. Que yo en el trabajo intento trabajar y ya.
Cuando vi mi nombre entre el de las tres personas que, junto a él, se iban a ir de seminario en Madrid, no me entusiasmó la idea. La temática era de lo "mío", pero 3 días, con sus desayunos, comidas y cenas junto a según que personas no es la idea que yo tengo de pasarlo bien. Pero si hay que ir, se va...
En el avión de ida a Madrid tuve una casi-visión de lo que pasaría. Marc me gustaba, me atraía físicamente una barbaridad. Se me erizaba casi el vello cuando lo tenía al lado y deseaba tocarle. Y me dí cuenta que el deseo era mutuo.
La tarde del segundo día quedé con María, una amiga de los veranos de mi infancia que vive en Madrid. Al volver al hotel, ya tarde, lo ví en Recepción. Y pasó aquello que se ve en las películas malas americanas y que me parece el colmo de la cutrez. Chico invita a chica a copa. Chica, atontada perdida, acepta y se achispa enseguida con el alcohol. Terminé en su habitación, aquella noche y la siguiente. Y con ganas de más, la verdad.
Hicimos una especie de pacto no hablado: aquello no había sucedido, y nadie debía enterarse. Pero llegaron los sms, los encuentros furtivos a la salida del trabajo, nunca demasiado seguidos, y siempre muy discretos. En el trabajo nunca sospecharon nada. Yo cambié de trabajo antes de verano, y con el cambio, que además coincidió con las vacaciones, no habíamos vuelto a vernos.
He dudado, y sigo haciéndolo. No sé si es mejor dejarlo como está y no vernos más. Si no me he "enganchado" a él durante esos años, no lo haré ahora. Vaya, eso creo. Pero lo cierto es que leer su mensaje ha sido capaz de volver a erizarme el vello y me ha hecho sentir una oleada de deseo.